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2018-07-30Autor
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Resumen
El ruido que hace la macana del guardia contra los
barrotes me despierta de un descanso que no he tenido, de hecho, ya llevo tres noches sin dormir. ¿Cómo
hacerlo, después de la visita del más malo? Respondo
a los golpes del guardia: qué descaro, aquí no dejan ni
dormir en paz. Todo ello, en el tono amable que da una
convivencia de siete meses, tiempo que ha transcurrido de mi condena a veinte años, por homicidio agravado. A estas alturas, se podría decir que ya le he tomado el ritmo a la rutina del penal; desde luego, eso es
muy diferente a decir que me he acostumbrado a estar
privado de la libertad, ¿quién lo puede hacer? Cuando
eso suceda estaré plenamente loco, ofcialmente loco,
loco en todos mis cabales. No, lo que quiero señalar
es que el levantarme a las cinco de la mañana, con
el sueño pegado a los ojos, ya no es problema, como
tampoco lo es la masa insalubre que hacen pasar aquí
por comida o las caminatas a pleno rayo del sol en el
patio. Me levanto del catre, miro hacia donde sale el
sol y le lanzo al astro rey la plegaria de siempre: “ordena, oh Señor, la miserable condición de mis dominios.
Haz que el día trascurra lejos de las sombras amargas
que ahora me agobian”.
Palabras clave
Ciencias sociales; Publicaciones seriadas; Arte y cultura; Investigación; Literatura; Cuento originalEnlace al recurso
Fuente del recurso
- La Tercera Orilla; Núm. 20 (2018); 85-87
Enlace a este registro en el Repositorio Institucional UNAB
http://hdl.handle.net/20.500.12749/8594
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